"Eso es genial"
Estamos en julio y hoy ha granizado. El sonido del golpeteo contra las ventanas ha hecho que mis hijos se apresuraran a ver qué pasaba. "Qué guay", ha gritado uno de ellos.
Después de 12 semanas (o más, he dejado de contarlas) sin llover, el suelo duro como una roca se ha convertido en barro en 24 horas de lluvia torrencial. La semana pasada planté mis brócolis, si lo hacía más tarde no crecerían lo suficiente antes de que disminuyera la luz. La mayoría de ellos están muertos y la lluvia no los recuperará.
Tengo diez acres de tierra orgánica, pero este año sólo he plantado 5 camas de verduras al aire libre - una décima parte de uno de los cuatro campos que tengo. Solía cultivar en todos los campos, pero hace una década llovió todos los días durante siete semanas y no pude plantar ni un cuarto de millón de plantones. Todas las plantas de los campos se pudrieron. Estuve a punto de quebrar. Los 25 empleados que tenía perdieron su trabajo. Ahora sólo tengo dos personas que me ayudan a tiempo parcial. Desde aquel verano de hace una década, hemos tenido el invierno más frío jamás registrado (perdí todas mis cosechas de invierno), el abril más cálido jamás registrado. El agosto más apagado del que se tiene constancia. Este año hemos tenido el mes de mayo más caluroso jamás registrado, y luego el mes de junio más caluroso jamás registrado, después de que las interminables lluvias retrasaran la siembra al aire libre un mes más de lo normal.
Cuando empecé a cultivar aquí hace 20 años, solía haber unos 20 agricultores de verduras ecológicas en el oeste de Gales. Ahora sólo hay cuatro. Como me dijo un tipo que decidió dejarlo: "También podría ir a poner mi dinero en el casino de Swansea". Nadie sabe qué extremo ocurrirá después -frío, calor, humedad, sequía-, sólo que año tras año va a peor.
Ya no cultivo fuera de mis túneles de plástico porque no puedo arriesgarme.
A nadie parece importarle que los pobres agricultores de la periferia quiebren. Después de todo, cuando no hay ensalada en Europa, los supermercados pueden traerla por avión desde Estados Unidos.
Pero los sistemas complejos son resistentes hasta que un día se derrumban por completo.
Por eso me rebelo contra este sistema de culto a la muerte que está enviando a nuestros jóvenes al infierno, este noviembre. He terminado.
(No sabía qué decir al comentario de mi hijo. Mientras plantaba mi col rizada bajo la lluvia torrencial de esta tarde mi mente se preguntaba si los padres que veían a sus hijos excitarse por el humo que bramaba al entrar en los campos de concentración tenían la misma reacción)
